Un relato sensual y violento ambientado en la América puritana de los primeros colonos, firmado por dos grandes maestros del cómic mundial. Un verano teñido de sangre, venganza y muerte.
Milo Manara Verano Indio
Guion: Hugo Pratt / Dibujo: Milo Manara
Milo Manara Verano Indio Milo Manara Verano Indio
"Hugo Pratt es uno de los grandes maestros de la narración aventurera; quizá el más importante de los que relatan aventuras a través de la imagen dibujada. Milo Manara es un admirado dibujante a quien desde la infancia atrajo la aventura; cuando pudo comenzar a expresarse libremente, disfrazado de Giuseppe Bergman intentó explicar su concepto personal de aquélla y buscó el apoyo del maestro. Giuseppe Bergman, el otro yo de Manara, invocaba en los momentos difíciles de su periplo aventurero a esa especie de mito que se llamaba HP y tenía el físico de Hugo Pratt, sin obtener más que la confirmación de su libertad.

Pero un día, el mítico HP se fijó en Giuseppe Bergman, que es lo mismo que fijarse en Milo Manara, y lo convirtió en su discípulo. No es que con ello menguara la personalidad de éste, no es que lo sustrajera a sus convicciones, a su sensualidad o a su elegancia, es simplemente que le inculcó la poesía del misterio. Y para conseguirlo nada mejor que el acercamiento, el diálogo y la colaboración. Hugo Pratt entonces escribió un guión, y por primera vez en su dilatada carrera no lo ilustró personalmente: dejó que su discípulo le diera la forma visible.

El fruto de esa colaboración se llama Todo comenzó en un verano indio, una larga historia de la colonización de Nueva Inglaterra que se desarrolla en un momento indeterminado entre 1650 y 1690, cuando el puritanismo intransigente de los peregrinos del Mayflower, que habían desembarcado en 1620 en la bahía de Cape Cod y fundado la ciudad de Plymouth, provocaba las primeras guerras con los indios abenaki. Aun entonces, cuando comienza esta historia, los indios y los blancos de Massachusetts mantenían relaciones pacíficas. Ingleses y franceses se habían disputado la primacía en la costa sin involucrarlos directamente. El poblado abenaki de Squando se hallaba separado por escasas millas de la aldea de New Canaan, dominada por los colonos puritanos. Se adivinaba ya la primera caza de brujas que tendría su culminación en 1692 en la cercana ciudad de Salem.

Sobre el contexto histórico y geográfico, Hugo Pratt construye su nueva aventura. Y lo hace con el rigor, con el encanto y con la poesía que son en él habituales. Milo Manara la reviste externamente con su gracia y delicadeza características, con su dibujo suave y atractivo, con un toque erótico, con su humorismo y con su expresividad. Pero en el fondo, y cualquiera que sea el punto de vista que se adopte, no deja de ser una aventura puramente prattiana. El aire del maestro, su espíritu, sus ideas, su lenguaje, su forma narrativa, se filtran a cada momento a través de los dibujos del discípulo. Y entre ambos se produce una difícil simbiosis, una compenetración perfecta. Sus estilos gráficos tan distintos, opuestos incluso, parecen fundirse, y de este modo también con la mirada, con la simple visualización de las viñetas, se adivina la presencia omnicomprensiva de Hugo Pratt. Porque en este caso Pratt ha utilizado a Manara como mero instrumento, como un brazo ejecutor que lleva al papelexactamente lo que su mente ha concebido, un instrumento permeable, obediente y eficacísimo. Basta para comprobarlo con contemplar las nueve primeras páginas de Todo comenzó en un verano indio, mudas, construidas a base de silencios y elipsis, de miradas y de elocuencia, que trnsmiten perfectamente la salvaje ingenuidad de los indios de ojos almendrados y el menos ingenuo salvajismo de los blancos, mientras las bandadas de gaviotas sobrevuelan las desnudas arenas de la playa. Cada página, cada plano, cada viñeta denuncia la inequívoca reelaboración del estilo de Hugo Pratt. Y más adelante ese mismo estilo se sigue detectando en docenas de detalles: en la fisonomía de los pieles rojas, en sus atuendos, en sus formaciones guerreras, en los decorados naturales, en las vestimentas de los blancos, en la concepción y el montaje de la narración, en la dosificación del tiempo, en la cadencia de la aventura, en el ritmo y la progresión del relato, en la interpretación crítica y personal de la Historia.

Tras esa primera entrega, de profundo sentido lírico a pesar de la brutalidad del tema, la fábula continúa para ofrecer la visión quieta y reposada de unos acontecimientos a través de los cuales se puede comprender el sentido de un determinado momento histórico; de unos acontecimientos cuyos protagonistas, por vocación o por necesidad, entraron definitivamente en el maravilloso mundo de la aventura y de la leyenda popular; de unos acontecimientos desencadenados por la hipocresía de algunos, por el coraje de otros, por el oportunismo de unos cuantos y por la buena fe de los restantes, actitudes todas que, al margen de posibles censuras o simpatías, Hugo Pratt quiere enseñarnos a comprender como único medio para comprender la Historia y para comprender a los hombres.

Sólo Hugo Pratt, y quizá Milo Manara, saben por el momento adónde ha de conducir su nueva aventura. Más de 90 páginas [...] han servido para situar el relato, para descubrir el misterio de la familia Lewis, expulsada de los confines de New Canaan, para presenciar las primeras escaramuzas frente a los indios de Squalo, para respirar la cargada atmósfera de las colonias de Nueva Inglaterra bajo la férula de los peregrinos calvinistas, todo ello en prolongadas secuencias que no dejan un rincón sin explorar, un gesto sin escrutar, gracias al trazo limpio y preciso Milo Manara." [1].

[1] Artículo de Salvador Vázquez de Parga, en "Cimoc", Norma Editorial, Núm. 48, 1985, págs. 36-37-38.

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